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miércoles, 21 de noviembre de 2012

Recuerdos de un soldado franquista



Ponemos en este blog los recuerdos del soldado Benito Rodríguez Pérez, cuando participó con la 1ª División de Navarra en la ofensiva de marzo de 1938 por nuestra zona.
 Sale de la zona de Burgos, formando parte de la 1ª División de Navarra, que engloba a Legionarios de la 5ª y 7ª Banderas, Moros de los Tabores de División, Requetés de Lácar y Montejurra, falangistas, soldados del 2º San Marcial y del 8º de América.
El 2 de marzo de 1939, los trasladan en camiones a Cucalón (Teruel).
Un pastor les informó que el frente estaba a menos de 4 kilómetros y que había estado siempre tranquilo. Permanecieron allí una semana y el 8 de marzo les ordenan salir a las 2 de la madrugada. Caminaron campo a través hasta llegar a la línea del frente a las 8 de la mañana, esperando en el mayor de los sigilos. Poco después con granadas de mano asaltan las avanzadillas enemigas y las desalojan. Allí permanecen hasta que el día 10, a las 8 y media  comienza la Batalla de Aragón.
                                    
(…) Sobre todas las líneas enemigas llovía la metralla y no quedó indicio de trinchera que no fuese batido convenientemente. Por la tarde se presentaron los aviones de caza y ametrallamiento, pasando repetidas veces sobre las líneas rojas. Vimos como el enemigo abandonaba las posiciones perseguidos por las explosiones de los obuses y el fuego de más de 50 ametralladoras convergente en un solo punto. Lo cual nos llenó de alegría, pues era que los ahuyentase la artillería a que los tuviésemos que sacar nosotros a pecho descubierto.
El 11 por la mañana inició nuestro Batallón el avance acompañados por intenso fuego artillero, sin que el enemigo diese señales de vida. El objetivo consistió en la ocupación de los picachos de que antes hablé, abandonados por los rojos con antelación, quienes, por lo visto, juzgaron inútil toda resistencia. Encontramos un oficial muerto con la cabeza vendada, y un poco más abajo una caseta depósito de Intendencia del enemigo y dos mulos que pacían tranquilamente la miserable hierba que crecía entre las piedras. Un arroyuelo discurría muy cerca, formando pequeños embalses de agua sucia y verdosa,
El 11 por la mañana inició nuestro Batallón el avance acompañados por intenso fuego artillero, sin que el enemigo diese señales de vida. El objetivo consistió en la ocupación de los picachos de que antes hablé, abandonados por los rojos con antelación, quienes, por lo visto, juzgaron inútil toda resistencia. Encontramos un oficial muerto con la cabeza vendada, y un poco más abajo una caseta depósito de Intendencia del enemigo y dos mulos que pacían tranquilamente la miserable hierba que crecía entre las piedras. Un arroyuelo discurría muy cerca, formando pequeños embalses de agua sucia y verdosa, donde los soldados rojos vendrían seguramente a lavar sus ropas en los días tranquilos en que nadie se acordaba de ellos. Por todas partes aparecían cartas, papeles de todas clases, macutos, correajes y otros enseres, abandonados precipitadamente en su fuga.
El frente de Cucalón quedaba roto y el enemigo, desconcertado, huía a la desbandada. Durante todo el día estuvimos recorriendo diversos parajes, ora subiendo a lo alto de los montes, ora descendiendo a los valles y barrancadas sin escuchar ni un solo tiro. Los aviones, no obstante, pasaban sin cesar, localizando posibles concentraciones rojas, que la caballería se encargaba de copar y aprisionar.Adelante, siempre adelante, sin descanso y casi sin respiración. Por la tarde abocamos a una carretera. Pasamos por los pueblos de Bádenas, Santa Cruz de Nogueras y Nogueras, llegando ya entrada la noche al pueblo de Villar de los Navarros (Zaragoza), acampando en las eras. Cano, Victorino, Gabriel Pérez, un servidor y algunos más nos dirigimos al pueblo, dispuestos a hacer una visita de inspección. Casi todas las casas se hallaban sin habitantes, los muebles en desorden, los baúles abiertos y las ropas desparramadas por el suelo, los cacharros rotos, indicio seguro de que otros habían pasado antes. Pero el vino no escaseaba y los corrales conservaban todavía algún animalito de esos que tanto agradan al paladar. Cuando juzgamos que el viaje había sido empleado útilmente, abandonamos el vecindario, no sin antes haber ingerido un buen trago directamente de la cuba al consumidor.A la mañana siguiente reanudamos la peregrinación por la polvorienta carretera, y después de muchos sudores, algunos sustos y un hambre más que regular, divisamos el pueblo de Moyuela (Zaragoza) rodeado de viñedos y bodegas. Acampamos en un lugar lleno de piedras, sobre las que pasamos la noche. Estábamos tan extenuados que nadie pensó entrar en el pueblo, lo cual nos agradecerán siempre sus humildes habitantes.El 13 embarcamos en camiones en Moyuela, encontrando diversos pueblos, no muchos, porque el terreno es muy pobre y la gente muy desgraciada. Cada 20 ó 30 kilómetros existe un pueblo y no se crea que muy grande. Puedo citar Moneva, Lécera y Albalate del Arzobispo, al que los rojos denominaban Albalate del Luchador.Albalate es una villa de la provincia de Zaragoza, grande y floreciente. Enormes campos poblados de olivos la rodean, proporcionando una riqueza positiva, fuente de bienestar para sus activos moradores.No queriendo resistir a la tentación de penetrar en el pueblo, a los pocos minutos deambulábamos por sus calles de hermosas casas de 3 y hasta cuatro pisos. Muchas se encontraban reventadas, completamente deshechas por los bombardeos aéreos. Imposible acercarse a ellas: no resulta muy cómodo el que le caiga a uno un paredón encima de las costillas. Por todas partes enormes tinas de aceite y grandes cubas de vino, que el fino olfato de Gayangos y otros sabuesos descubría en el acto. Las gallinas huían de nosotros como del diablo, y los conejos se estremecían de pavor en sus madrigueras, pero de nada les servían estos ardides, puesto que el saco siempre estaba dispuesto a recibir toda suerte de huéspedes. Todo cuanto relato se atiene a la única verdad, la que he visto y vivido, y no aspiro a otra recompensa al narrar los Salimos de Albalate al día siguiente por la mañana para recorrer toda su zona y limpiarla de enemigos. Marchábamos bajo los olivos, charlando sobre los acontecimientos pasados preferible y contemplando con cariño las aves que desplumadas colgaban del cañón del fusil. Ningún percance sobrevino en ese día y con mucha tranquilidad levantamos las tiendas en un barranco. (…)”.

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